lunes, 16 de mayo de 2011

El Espíritu de Profecía

El Espíritu de
Profecía

(Un Análisis del Llamamiento Profético)
Prólogo
Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía
(Apocalipsis 19:10b).
Existe una poderosa e irrevocable identificación entre el Señor Jesús, su propia
persona distintiva, y el espíritu o esencia de aquello que es profético. El vínculo
entre los dos es íntimo e inextricable. Perderse el significado de lo profético es
perderse al Señor. Rechazar lo profético es rechazarlo a Él. Jesús mismo ejerció
funciones como un profeta, y lo que Él es en sí mismo es lo que es lo profético en
sí mismo. De esa forma están unidos.
Clásicamente, un profeta comunica el sentir de Dios como Él de hecho es. Este es
el fundamento sobre el cual la iglesia está levantada (“...edificados sobre el
fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo
Jesucristo mismo (Efesios 2:20)”). No son ni la enseñanza o el ministerio
solamente lo que los apóstoles y profetas traen, sino igualmente el sentir de Dios
como Él de hecho es en Sí mismo. Al traer la palabra, el profeta comunica algo
intrínseco a su propia persona de ese sentir. Ese asunto es fundamental para la
iglesia, o la iglesia se rendirá inevitablemente ante otra perspectiva de Dios que es
superflua y que no es Dios para nada. Los profetas, entre otras de sus funciones,
corrigen a la iglesia de una imperfecta o inadecuada percepción de Dios.
Bien podría ser que la más grande enemistad del mundo contra Dios viene sobre
los profetas por esta mismísima razón, es decir, que ‘atacar’ al profeta es atacar a
Dios. El mundo está en enemistad con Dios, pero el profeta es la manifestación
corpórea y visible de los elementos centrales del ser mismo de Dios, y por tanto el
mundo tiene la oportunidad tanto de identificar como de odiar y despreciar
aquello que está por Dios. El Testimonio del profeta es la declaración de Dios, no
solamente cuando está hablando, sino muy a menudo cuando está en silencio. Su
sola presencia es una abominación y una ofensa para un mundo que desprecia a
Dios. Necesitamos mirar con una urgencia celosa cualquier cosa que pretende ser
profética y no lo es, porque ello cuestiona la validez de ese llamamiento para la
iglesia al presentar un modelo falso de Dios.
Existe una gran responsabilidad para ese don de Dios a los hombres, y si es
maltratado, ignorado o rechazado, inevitablemente el resultado final será un
juicio. Se ha de pagar un precio muy alto cuando estamos de acuerdo o no a la
ligera, y no mencionemos cuando rechazamos violentamente a aquel a quien Dios
envía en un manto profético, porque él es la esencia de lo que Dios mismo es en
Su propio ser. Israel apedreó en repetidas ocasiones a los profetas que le fueron
enviados, y al hacerlo, invitó e hizo necesarios los juicios devastadores que
siguieron. De hecho, la venida del profeta es ‘el día de decisión.’ El recibir o
rechazar al profeta es hacer una declaración final a Dios. Es una decisión que
afecta el destino, de una forma u otra, que determinará el futuro de ese individuo,
esa iglesia o esa comunidad.
Que este modesto intento de identificar las características esenciales de lo
profético deje al lector con un entendimiento más grande del Señor Mismo.
Introducción
Hay dos grandes palabras que la iglesia necesita guardar con un celo fiero, que
son profético y apostólico. Si ambas palabras son abaratadas o se hace que
signifiquen algo que no era la intención de Dios, entonces hemos perdido nuestro
fundamento. Si nuestros apóstoles y profetas son dudosos, ¿que será entonces de
la superestructura si está basada sobre ese fundamento? La superestructura no
puede exceder el fundamento; por tanto, el fundamento merece la más excesiva
atención. Esta ha sido nuestra pasión y celo desde hace mucho tiempo, y hemos
sido cuidadosos sobre el uso de estas palabras en todos los aspectos, menos en su
uso indiscriminado o ligero, que es lo que desafortunadamente ocurre hoy.
Hay un fenómeno presente tomando lugar en todo el mundo, de un interés
repentino en el llamamiento profético. Una de las cosas interesantes que hay que
notar, es la popularidad actual de ese llamamiento, con gente que alegre y
velozmente asiste a conferencias para escuchar hombres que son llamados
‘profetas’ y ‘oráculos.’ Se nos advierte que en los Últimos Días, habrá falsos
profetas, falsos apóstoles y unciones falsas. En el libro de Apocalipsis, la iglesia
de Éfeso es felicitada por el Señor, por haber discernido a los falsos apóstoles,
“los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos
(Apocalipsis 2:2b).” Necesitamos, por tanto, tener un entendimiento o por lo
menos intuir lo que las funciones apostólica y profética representan y la
importancia de lo que representan.
Existe cierta ingenuidad e ignorancia acerca de lo profético entre el pueblo de
Dios. Hay un número incontable de ministros que toman estos títulos para sí
mismos, o que se permiten ser descritos con ellos, que no están en estos oficios, o
que en el mejor de los casos son expresiones falsas de ellos. Ha venido a suceder
que muchos ni siquiera pueden distinguir entre el don de profecía y el oficio de
profeta. No es posible pensar en otra confusión más básica que pudiera destruir el
fundamento de la iglesia que ésta por sí sola. El oficio de profeta es tan santo.
Ellos son presentados como los “santos profetas de antaño.” El don de profecía es
otra cosa aparte que puede ser ejercitada a través de cualquier creyente como le
plazca al Espíritu. Eso, de cualquier forma, no hace de alguien un profeta y esa
diferencia necesita ser señalada urgentemente.
La naturaleza más formidable del engaño en los Últimos Días no será algo tan
grotesco que puede ser identificado inmediatamente como salido de las entrañas
del infierno; en lugar de eso, será depositado en el lenguaje más convencional,
ortodoxo y bíblico. Será, por esa razón, más difícil de discernir el bien que el
mal. El mal es muy notorio, mientras que el bien es sutil. El bien tiene mucho
que decir de sí mismo y mucho para recomendarse, pero si el bien no es de Dios y
solamente emana de cierto tipo de personalidad humana altruista, entonces el bien
será tan destructivo para los intereses de Dios que el mal. Aquello que parece
bueno nos separará de la voluntad particular y perfecta de Dios, y es, por tanto,
más mortal que el mal obvio, ya que no se reconoce como mal.
¿Cómo entonces, podremos discernir? Vamos a tener que odiar aquello que es
bueno –el bien falso; que pretende ser bueno; que parece ser bueno; que apelará
a nosotros como siendo bonito, correcto o placentero. Necesitamos odiar el bien
en ese entendimiento, odiar la sentimentalidad y odiar aquello que nos provoca
una bonita sensación. El falso profeta es aquel que dice, “paz, paz, donde no hay
paz.” El ‘nos hace sentir a gusto,’ ¿y quién no quiere estar a gusto? Existe algo
que lo anhela, y por eso mismo los falsos profetas tienen listo un mercado,
grandes audiencias, buenas respuestas y listas de correo masivas, porque lo que la
gente quiere es aquello que es bonito, bueno y placentero a los oídos.
Los falsos profetas de Baal con quien Elías estaba en conflicto realmente
pensaban que habría un dios que les contestaría. Ellos creían de todo corazón que
habría para ellos un fuego de los cielos. Ellos no eran hombres cínicos con una
postura religiosa. Ellos estaban engañados por sí mismos. Los falsos profetas de
los Últimos Días bien podrían ser hombres de sinceras intenciones,
completamente persuadidos de que están en lo correcto y de que el otro hombre es
la persona que está en un error. Entonces, ¿qué distingue al uno del otro?
Difícilmente podríamos pensar en otra pregunta más válida para la iglesia en este
tiempo.
Y de la misma forma hay dos caminos que corren paralelos. Uno va a lisonjearte
con entretenimientos para tu carne y el otro te llamará inevitablemente a la Cruz,
y de ahí mismo podrás saber quienes son los verdaderos profetas y quienes los
falsos. ¡Este asunto de falso o verdadero es un asunto crítico, y es el asunto de la
Cruz en un apropiamiento auténtico—no solo en un credo! Estar meramente
satisfecho con el conocimiento de un credo que pensamos ser cierto, es por sí
mismo el corazón del engaño y de la apostasía. El conocer algo pasivamente
creyéndolo como verdad doctrinalmente hablando, no es la declaración de Su
‘verdad.’ Eso se queda corto de la realidad existencial que Dios busca. Si no
hemos presionado y luchado para obtener la realidad de la verdad, entonces no
seremos capaces de comunicársela a nadie. Lo que estamos mirando en la nueva
cosecha de ‘profetas’ es un testimonio de un cristianismo dudoso que no ha
presionado ni luchado, sino que está satisfecho con un credo voluble y un afán por
experiencias confirmadoras. Ha sido suficiente para nosotros para salir al paso,
pero insuficiente para la gloria de Dios. ¡Todo descansa en la apropiación
existencial de la fe!
Hay algo también acerca del poder seductivo de la aprobación y aceptación de
parte de los hombres que trabaja en nosotros como una levadura que fermenta en
desastre. El hombre anhela la aprobación de sus compañeros, recibir su
apreciación y ser honrado por ellos. Ser indiferente a ése honor y aprobación, y
hablar la palabra necesaria, aunque eso traiga un doloroso rechazo, solo puede ser
soportado por alguien que no tiene vida en sí mismo. Le da lo mismo ser
rechazado o aceptado, malentendido o aprobado. Es otra vez aquí donde la Cruz
separa al profeta verdadero del falso. La adulación es una forma en la que espíritu
de anticristo gana y tiene influencia sobre los hombres. Es tan engañoso, puesto
que ¿quién no ama el reconocimiento y ser adulado?
Necesitamos, por tanto, crecer en nuestra habilidad para discernir y percibir la
verdad en lo general, y la verdad acerca de este llamamiento en particular.
Pudiera ser que ciertos practicantes sean tan diestros en parecer proféticos
exteriormente, que las multitudes correrán tras ellos, y el hombre verdadero, quien
no da ninguna impresión de esa clase, sea completamente ignorado—¡y aún sea el
portador de la palabra de Dios!
El Profeta Histórico y Presente
¿Qué es lo que se levanta en tu propio pensamiento y en tu propio corazón cuando
la palabra ‘profeta’ es evocada? ¿Qué imagen, qué percepción de las cosas viene
a tu propio entendimiento? Necesitamos recordar que los profetas falsos eran
aquellos que vestían ropas ásperas para engañar, y que la única razón por la que
podían tener éxito era porque aquellos a quienes engañaban tenían una
anticipación o un estereotipo del profeta que ellos podían cumplir. ¿Un profeta
tiene que ser un hombre de cabello largo que viene del desierto, vistiendo ropas
ásperas, que actúa de una manera extraña y peculiar, y que escudriñe
intensamente con sus ojos? ¿Cómo definirías lo que es un profeta? ¿En qué es
diferente de un apóstol, un maestro o un evangelista? ¿Aún existen los profetas o
eran estrictamente un fenómeno del Antiguo Testamento? ¿Existe tal cosa como
un profeta del Nuevo Testamento, que sea algo muy diferente de aquel en el
Antiguo?
Hay una tremenda cantidad de diferencia y controversia que origina este tema. La
iglesia realmente ha sufrido de una especie de dicotomía entre el Antiguo y el
Nuevo, como si el Nuevo hubiera desplazado o anulado el Antiguo. Esa no es la
manera en que Dios lo ve. Esa es la terminología que los hombres han empleado,
pero no es la terminología que Dios mismo ha dado, y hemos sufrido por eso. Los
judíos han sufrido también a causa de eso, porque los deja seguros dentro de la
estructura de su propio entendimiento judaico: “Ustedes tienen su Libro;
nosotros tenemos nuestro Libro.” Eso implica que: “Ustedes tienen su Dios, y
nosotros tenemos nuestro Dios.” Eso es una impresión que nunca estuvo en las
intenciones de Dios. Hemos permitido a nuestros parientes judíos que se jacten
en su falso entendimiento y que encuentren seguridad en él. Necesitamos, por
tanto, contender por una fe, aquella fe continua e inquebrantable, dada desde el
principio, que tiene su clímax, su conclusión y consumación al final por el mismo
Dios que la dio en el principio.
Parece que somos fascinados por los ‘profetas’ contemporáneos sin importar su
superficialidad, que no han prestado el menor interés a los grandes profetas
hebreos de antaño a través de los cuales Dios habló, no solo dirigiéndose al Israel
de su propia generación, sino también al Israel futuro. Esto raya en una especie
de esquizofrenia bíblica. Necesitamos recordar constantemente que los profetas
son los profetas de Israel. Ellos son los voceros de Dios a la nación. Nada revela
más a Dios como Dios como es visto en Sus tratos y juicios con Israel.
Separarnos a nosotros mismos, por tanto, de Israel y de los profetas de Israel, es
colocarnos fuera de donde podemos escuchar a los profetas de Dios. Esto
afectará toda nuestra consideración de lo que queremos decir por profético. Nos
condenará a una superficialidad acerca de las cosas de las que ya somos víctimas.
En dos palabras, necesitamos indagar cuáles son los elementos clásicos y
atemporales que han constituido a los profetas en cada generación, ya sea que se
trate o no de Elías, Isaías o Jeremías. ¿Existen diferencias esenciales en sus
mensajes? Si podemos llegar a un entendimiento aquí, entonces estaremos
penetrando en la verdad de lo que es el llamamiento profético. ¿Es el consuelo y
el confortamiento benigno de un tipo falso, lo que generalmente el pueblo desea?
Nuestras almas claman por ello, particularmente durante tiempos de angustia y
consternación. El profeta verdadero, sin embargo, frecuentemente echa sal a las
heridas de los que le escuchan. Él profundiza el dilema y lo coloca en una
perspectiva aún más aguda al decir, “Tú no vas a encontrar paz hasta que haya un
juicio por esto.” Él trae un mensaje no bienvenido que contradice todo lo que es
entendido religiosamente y de lo cual la carne quiere zafarse, y la forma más
común de nulificar dicho mensaje es matar al hombre que lo trae, o neutralizarlo.
Por diversos que sean los profetas, ¿existe algo central que corre a través de ellos,
que es intrínseco a ser profético? ¿Cuál es el corazón, la quintaesencia de lo que
es profético? La calidad del hombre rara vez se manifiesta en su hablar o su
escritura, pero todos ellos comparten el mismo título ‘profeta.’ Estamos tratando
de llegar al corazón de lo que es la definición profética, puesto que si no lo hemos
visto hasta ahora en los tiempos del Nuevo Testamento, ¿cómo podremos
entonces conocerlo y anticiparlo cuando venga? Estamos en un curso hacia
grandes tumultos y controversia en las colisiones de los Últimos Días entre los
reinos de las tinieblas y la Luz, en una batalla final que termina eventualmente en
la victoria de uno y en la derrota del otro. No podemos imaginar, por tanto, que la
edad vaya a terminar sin hombres del tipo bíblicamente profético.
Si examináramos los llamamientos de todos los profetas y sus repuestas, veríamos
cuán a menudo estos hombres clamaban, “Pero yo soy un niño y no puedo
hablar.” Después de todo nuestro escrutinio, tendríamos un retrato, y sería un
retrato compuesto de lo que es el genio profético. Esto es lo que queremos
identificar, porque ciertamente el clamor por eso en particular está con nosotros
en éstos Últimos Días. Repentinamente, este tema ha prorrumpido en la
conciencia de la iglesia, y ahora hay un flujo súbito de emoción. Pareciera que
corremos a donde sea para escuchar a ‘profetas.’ Ellos han alcanzado una
popularidad instantánea y son anunciados en las formas más pródigas, no solo
como profetas, sino como ‘los oráculos de la hora.’ Esto es, por tanto, un
fenómeno que necesitamos examinar para ver qué tan legítimo es, y si es en
verdad de parte del Señor o algún tipo de imitación. Debiéramos tener tal
experiencia en Dios para saber que cuando lo auténtico está por manifestarse,
muchas veces es precedido por algo ficticio o una falsificación. Observamos con
mucha cautela este presente fenómeno profético, y tenemos el sentir de extremar
precauciones en nuestros propios espíritus—aunque sea solamente porque es algo
repentino y muy popular—y ambas cosas no han sido nuestra experiencia. El
verdadero profeta experimenta precisamente lo opuesto, a saber, nada de
popularidad y bastante reproche.
El Oficio de Profeta y el Don de Profecía
Una distinción importante, como hemos venido diciendo, es distinguir entre el
don de profecía como opuesto al oficio de profeta. De hecho, nuestro fracaso en
hacer esa distinción entre ambos bien pudiera ser el error más grave que se esté
cometiendo. Tenemos la tendencia de llamara un hombre o una mujer ‘profeta’
cuando solamente se están moviendo en el don de profecía, pero que no están
llamados al oficio. La falta está en pensar que ésta es una dispensación del Nuevo
Testamento y que por tanto requiere otra definición. Sin embargo, si solo existe
una definición, y ha estado en vigencia durante todo el tiempo, aunque no lo
hayamos visto mucho recientemente, entonces no hay razón alguna para buscar
otro tipo de definición. El Espíritu de Dios reparte generosamente Sus dones, los
cuales Él puede otorgar en determinado momento como Él quiera. Empero, eso
no es una distinción o designación permanente. El Espíritu de Dios puede caer
sobre cualquiera de nosotros y podemos profetizar. Estamos operando por el
Espíritu en el don de profecía. El don es algo que el Espíritu ejercita según Su
voluntad. Y puede venir ya sea a través de un hombre o una mujer. No tiene
nada que ver con su llamamiento, su entrenamiento, su preparación o su
calificación. Puede ser informal, directivo o una palabra de aliento, pero el oficio
de profeta es algo completamente distinto.
El oficio de profeta difiere del don de profecía en que es permanente. Es dado
junto con el hombre. Es un llamamiento, y bien pudiera ser que ese hombre,
quien tiene el oficio de profeta, pueda pasar toda su vida en ese servicio y nunca
hablar una sola vez por el don de profecía. La iglesia está sufriendo actualmente
de la ignorancia que viene al confundir estas dos categorías. Llamamos profetas a
hombres que no tienen el oficio, sino que están operando en el don de profecía, y
en muchas instancias, ni siquiera el don de profecía, sino en una engañosa
clarividencia.
El oficio del profeta es algo supremo que conlleva una enorme responsabilidad.
Alguien así trae los oráculos de Dios. Él está en pie por Dios y hablando de parte
de Dios con la autoridad de Dios. Sus declaraciones son las intenciones del
corazón de Dios para con su pueblo y esto tiene que ver con sus propósitos en el
entendimiento del tiempo presente a la luz de las cosas que son futuras y eternas.
Es el profeta el que es alertado.
El hombre que se llama a sí mismo profeta y habla estadísticamente (por ejemplo,
una precisión del setenta u ochenta por ciento) no está en la misma tonalidad, el
carácter y el tejido característico de un hombre verdaderamente profético.
Determinar si un profeta es falso o verdadero no debiera depender
inmediatamente en que sus predicciones sean acertadas o no. El asunto no es la
precisión de la predicción para avalar a los profetas. Incluso pensar
estadísticamente nos coloca sobre una base falsa para determinar lo que es
verdadero o no entre los profetas. Los profetas falsos traen un mensaje
bíblicamente correcto, pero es la clase de mensaje que es una rutina, o sea, que
cualquiera puede traer. No hay nada que pueda señalarse en términos doctrinales,
pero no es un oráculo. No es un mensaje que tenga peso profético, intensidad,
seriedad o exigencia. Un oráculo puede ser distinguido por la forma en que trae
consigo una percepción de la realidad y de Dios que no estaba ahí antes de que la
palabra fuera enunciada. ¡Revela las cosas como Dios mismo las ve, que no es
para nada como nosotros las vemos!
Si permitimos que la palabra ‘profeta’ sea dada a cualquiera que puede dar una
profecía predictiva o que tenga incluso el don de conocimiento o clarividencia, y
llamar a eso un oráculo profético, entonces ya estamos encaminados hacia el
engaño. Estos hombres hablan mensajes, pero solo es un preliminar de lo que uno
ha estado esperando para obtener la ‘acción’ por la cual hemos realmente asistido
al servicio, esto es, por sus profecías personales que tanto emocionan a la
audiencia. ¡El asunto más grande no es si estos profetas son acertados la mayor
parte del tiempo, sino que si en verdad son profetas! Confirmar a la iglesia en su
iluminación presente por el ejemplo de estos hombres es análogo a los falsos
profetas del Antiguo Testamento quieres confirmaron a Israel en su pecado. Uno
debe preguntar “¿Cuál es su revelación? ¿Es un oráculo? ¿Qué tiene de diferente
comparado con la predicación general de otros quienes no tienen la profesión de
profeta? ¿Su distintivo no es más que el sensacionalismo o la emoción, o la
anticipación derivada del elevado estatus generado grandemente por la afirmación
entre ellos mismos?”
La Función Profética
La quintaesencia de la función profética es dada a Jeremías durante el principio de
su ministerio:
Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He
aquí he puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en
este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para
destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar
(Jeremías 1:9-10).
En esta declaración, la primera expresión del llamamiento profético es juicio. A
menos que tengamos un estómago que soporte eso, no nos será concedido el
privilegio de la palabra que edifica y planta. Notemos el orden de las palabras: lo
más difícil primero. Todo lo que es doloroso para la carne y que nos hará
merecedores del desagrado de los hombres tiene que ser declarado primero. El
profeta está llamado para arrancar y romper las cosas que son queridas de los
hombres. Esto incluye sus tradiciones religiosas, las cosas falsas que ellos han
celebrado por generaciones y las cosas a las que ellos quieren adherirse porque
tiene que ver con su identidad, su dignidad y la manera en la que se ven a ellos
mismos. Los hombres van a matar por eso y aún así el profeta tiene que ir a
rasgar y destruir. ¡Y se contenderá fieramente por las cosas que son falsas! Su
palabra tiene que ser destructiva antes de ser benevolente. A menos que estemos
dispuestos a hablar la palabra destructiva, jamás seremos usados para la
benevolencia. Los profetas que fueron fieles para hablar la palabra de exilio y de
juicio fueron los mismos a quienes les fue concedido el privilegio de hablar la
palabra creadora de restauración y regreso.
Un profeta identifica la falsedad y la destruye sin ninguna compasión. Hay algo
acerca de su palabra que es como fuego. Está arrancando, desarraigando y
destruyendo antes de que esté plantando y edificando. ¿Quién quiere escuchar a
hombres así? Los profetas no sólo traen cosas a cuestionamiento; ellos las hacen
pedazos delante de los ojos de quienes las estiman. El volver a hablar con ese
hombre después de lo sucedido es como tocar lo inmundo. Ellos lo han
identificado y esa palabra se les ha pegado. No es de sorprenderse que tales
hombres no sean bienvenidos en lugares donde la gente desea continuar con su
estilo de vida sin ser confrontado.
Un profeta critica y descubre sin piedad, sin ningún temor o preocupación del
hombre, la mentira o inclusive la verdad ‘convencional,’ es decir, las premisas
que se asumen inconscientemente sin ningún cuestionamiento, que constituyen
muerte en la vida del que les presta oído. Él revela la mentira y hace sonar el
silbato. Bien pudieran ser las mentiras de los profetas falsos. El mundo entero
está fundamentado en mentiras, pero cómo puede saberse a menos que llegue una
palabra de verdad. Si esa palabra ha de venir, entonces ha de venir a través de un
hombre que está totalmente libre del temor del hombre. Todos nosotros sabemos
que el temor del hombre es el factor más poderoso e inhibidor que hace su obra en
la vida de los ministros de Dios. Estar libre de eso y hablar sin ninguna
preocupación del temor del hombre es una declaración final que conlleva una
historia de tratos con ese siervo. Todos nacemos con temor del hombre. Vivimos
preocupados por el hombre, por su reconocimiento y por su aplauso. Los
hombres aman el reconocimiento de los hombres, particularmente de los hombres
de prestigio, pero debemos ser destetados de esa necesidad. Es un proceso; no
sucede en un solo día. Cada vez que el Señor nos trae a un lugar para ser
destetados, debemos someternos. Debemos llegar a un lugar en donde no
solamente somos indiferentes al aplauso de los hombres, sino también a sus
críticas y reproches. Un profeta requiere, por tanto, de un discernimiento
extraordinario para emitir un juicio crítico y de una habilidad analítica que ha sido
esmerilada por el Espíritu.
El estilo de vida propio de un profeta debe ser entonces, un repudio de la mentira.
No podemos exponer y denunciar valores falsos si nosotros mismos nos
suscribimos a ellos. Hay algo acerca de la pobreza que es más que un accidente o
circunstancia. Es apropiada para la autenticidad de nuestra unión con Dios. El
ropaje de pelo de camello y la dieta de langostas son simbólicamente intrínsecos a
la vida profética. Hay una razón por la cual Juan el Bautista estaba en el desierto
y no en Jerusalén, siendo el hijo de un sacerdote. Él no podía estar en el mismo
lugar que el Establecimiento. No podía disfrutar de sus beneficios y ser expuesto
al mismo tiempo a su falsedad. No podemos dar rienda suelta en nuestro estilo de
vida a aquellas mismas cosas que condenamos delante de otros. Por tanto, el
estilo de vida es muy importante en relación a la palabra que haya de ser
proclamada, y probablemente nada deja más al descubierto si se es un profeta
verdadero o falso que esto. Los profetas falsos comían de la mesa de Jezabel.
Elías tenía que ser alimentado por cuervos y vivir junto a un arroyo. No se trata
de procurar vestirse de pelo de camello porque es algo romántico o porque se
deba de vestir así para ser distintivo y diferente. En lugar de eso, los valores que
son falsos no pueden encontrar lugar en hombres así. Un profeta es llamado a
revelar la mentira, las premisas ocultas que necesitan ser examinadas a la luz de
Dios acerca de los valores, acerca de la vida y sus propósitos. En consecuencia,
nuestro propio estilo de vida debe ser un repudio por la mentira, aún cuando la
sociedad y una iglesia carnal la justifiquen. El habla de un profeta no sólo revela
la mentira, sino que también la condena y la juzga. Su palabra, como su vida
misma, es un destructor divino.
Cuando Elías dijo: “No habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra”
(1 Reyes 17:1), no estaba diciendo que habría una ligera diferencia en el patrón
climático de Israel. Él estaba diciendo que no tendrían cosechas. No tendrían qué
comer. Ellos iban a experimentar una hambruna. Iba a tratarse de un juicio de
parte de Dios, e iba a venir a través de la palabra de Elías. Su palabra no era solo
un retazo de información o una opinión, sino el evento de juicio. Eso iba a afectar
a toda la nación. Este es el tipo de palabra que necesita ser revivida y restaurada.
La tarea del profeta es establecer una alternativa apostólica y celestial que sea lo
suficientemente válida y poderosa para desplazar completamente la mentira. Él
presenta un punto de vista aún no existente de realidad, contrario en todos los
aspectos (particularmente hacia lo que se considera como ‘real’) y para lo cual no
hay precedente o modelo en la experiencia del que escucha. Él trae una realidad
que cancela y destruye el tipo de validación y respaldo que los valores del mundo
dan a sus oyentes en ese momento. Si él no hubiera venido, ellos habrían
pensado que lo que estaban celebrando como real, era real. Cuando el profeta
llega, sin embargo, no solamente suena la alarma contra lo que es falso; él trae la
percepción de la eternidad misma e induce al oyente a ella. Por su hablar, pone en
marcha algo que lleva a la audiencia hasta un lugar en donde lo que fue echado a
un lado como ‘falso’ se convierte en lo verdadero. La palabra viene a ser
creadora y establece la resonancia de algo que no había sido entendido –algo que
es máximo y eterno. Taladrar a través de lo que es falso, levantar otro tipo de
estándar y hacer de eso el fundamento de la vida es una clase extraordinaria de
proclamación.
Para añadir a eso, aquellos que reciban esa perspectiva, la cual el profeta expone
como la alternativa a la mentira, se condenan a sí mismos a ser peregrinos y
transeúntes en la tierra. Si ellos van a recibir una palabra profética como ésta, que
los llama a la misma visión celestial en la que Abraham caminó, entonces habrá
una consecuencia real, si no es que radical, para sus vidas. La palabra, entonces,
que llega a los oyentes, tiene que hacerlo con tal poder, autoridad y credibilidad,
de manera que los que la abracen sepan que en efecto están firmando su sentencia
de muerte. Nadie va a firmar eso a menos que haya sido persuadido por una
palabra que invita a esta forma de consagración. Sólo un profeta, un hombre del
fundamento, puede traer una palabra semejante. Él hace un llamado de máxima
consagración para el oyente –hasta la muerte. Esa es la razón por la cual los
falsos profetas son invitados a hablar y escuchados en mayor proporción que la
verdad misma. El profeta falso confirma a los oyentes en su condición presente y
les asegura que ellos ‘complacen’ al Señor.
El propósito del profeta es sola y celosamente la voluntad del Padre. Él restaura
la visión perdida de una manera que energiza al pueblo de Dios, especialmente en
tiempos de crisis, cuando la desesperación necesita ser convertida en esperanza—
habiendo sido despojado previamente de todas las esperanzas falsas por el profeta
mismo. Él no se detiene ni es obstaculizado a la hora de ser cruel antes de ser
amable. O sea, el profeta nos trae ‘el momento de la verdad.’ Estando de pie ante
el concilio del Señor, él está capacitado para percibir el error y para declarar
atrevida e inequívocamente la verdad necesaria, aunque se encuentre en pleno
conflicto con el consenso imperante.
La tarea del profeta es restaurar a los hombres que han perdido, o que nunca han
tenido la mentalidad bíblica y la perspectiva bíblica de las cosas que son
inmutables ante los ojos de Dios. Él comunica el punto de vista divino,
particularmente a la gente que no está dispuesta a escuchar eso. Si la palabra
profética es crítica para que el pueblo de Dios esté alineado con la perspectiva de
Dios, entonces la clase de palabra que es traída por los profetas es el asunto
supremo. Donde existan profetas auténticos que están dispuestos a traer una
palabra que no es bienvenida, también habrá una multitud de falsos profetas que
traen a su vez una palabra falsa y cómoda que dice: “Paz, paz” cuando no hay
paz.
Siendo consumido de un celo por la gloria de Dios, el profeta expone los
propósitos más altos de Dios de forma que pueda obtener el sacrificio de los
oyentes para cumplirlos. No es suficiente el solo manifestar cuál es el programa
de Dios, sino hacerlo de tal manera que gane la disposición de sus oyentes para
que participen en el cumplimiento de los propósitos supremos y eternos de Dios—
¡en un sacrificio! La palabra profética comunica los propósitos eternos de Dios
en una forma tal, que gane el compromiso de sus oyentes al sacrificio necesario
para su cumplimiento. Eso requiere más que una mera explicación. El profeta es
un resumen, un testimonio fiel del sufrimiento que esa adherencia evoca. En otras
palabras, aquellos que van a abrazar la visión que él presenta, están invitando al
sufrimiento. Por tanto, el profeta que los llama a ese sufrimiento, tiene que
mostrarlo en sí mismo y dar la evidencia de que ese es el camino de Dios, y de
que la Cruz es central a la fe. Él hace claro a sus oyentes que la persecución, si es
que no el martirio, es intrínseco a la fe de esta clase—y gana su disposición. El
ganar la consagración de los oyentes a ese llamamiento es un golpe, un éxito
rotundo que requiere la autoridad y la unción de aquellos que llevan Su palabra.
Es un llamamiento a lo supremo y al sacrificio, y esa es la razón por la cual ese
tipo de palabra siempre será resistida.
El profeta anuncia y proyecta el final inminente de este mundo con un juicio y
furia apocalíptica, suficiente para hacer nacer el deseo vehemente por “un cielo
nuevo y una tierra nueva en donde hay justicia.” Él no solamente trae a
consideración de los oyentes que el mundo, al cual ellos mismos han celebrado y
donde sus propios corazones están, se encuentra bajo un juicio cuya intención es
para destrucción, sino que también da nacimiento a un deseo por aquello que
desciende de lo alto y que reemplazará la era presente.
Un profeta es un hombre de la Palabra. Aborrece la superficialidad al mismo
tiempo que guarda profundamente la santidad del lenguaje y su significado contra
su abuso y abaratamiento. Por tanto, él no siempre es un huésped cuya presencia
disfrutemos y tampoco es bueno para las conversaciones fáciles y triviales. Él
guarda su boca porque conoce la santidad de las palabras y no va a prestarse a las
conversaciones frecuentes para devaluar el peso de sus palabras. Hay junto con él
una historia de esperas y silencios.
Un profeta rehuye a las distinciones y honores que los hombres confieren. Estas
cosas traen consigo cierta aura de prestigio y eminencia, pero el hombre profético,
para ser genuino delante de Dios, es muy frecuentemente el profeta del ‘desierto’
o de la ‘soledad.’ El desierto no representa una aislamiento físico, sino una
separación voluntaria y consciente del tipo de cosas que están calculadas para
comprometer. Él no está buscando dar una impresión favorable en apariencia o
conducta, y desprecia lo que es para lucimiento, lo sensacional o fantástico. Un
profeta está asiduo en volver a los hombres a Dios y no hacia sí mismo.
Este llamamiento es otorgado y no algo que nosotros evoquemos o tomamos por
nosotros mismos. Pero si lo tenemos, entonces necesitamos conocer que Dios va
a trabajar en nosotros, vez tras vez, para asegurar que será Su palabra la que será
declarada y no la nuestra.
Proclamación Profética
Los profetas de Dios en la historia redentora de la fe siempre han sido oráculos.
Su palabra hace que su llamamiento sea distinguible. La palabra profética tiene
mucho peso y la reconocemos cuando la escuchamos. Hace una demanda
particular a nuestra atención y de la misma forma, demanda nuestra obediencia.
Esa clase de palabra solo puede venir del concilio de Dios. Lo que nos concierne
es la deshonra de la iglesia, el rechazo del valor y la valoración de la palabra
hablada, cuando aquello que no salió de Su concilio es anunciado como la palabra
profética.
Qué importancia, consecuentemente, coloca esto sobre la proclamación profética.
El profeta habla con urgencia. Si puedes escuchar a Dios en ese discurso y
llevarlo al corazón y arrepentirte, entonces serás salvado de lo mismísimo que él
está advirtiendo. Bien pudiera ser que el hombre es ofensivo a tu parecer, y
desearías desacreditarlo y encontrar cualquier razón para hacerlo. Eso le da, por
tanto, una urgencia al mensaje del profeta que hace de la proclamación profética
algo muy diferente de la enseñanza, evangelismo o predicación pastoral. Jesús
dijo acerca de sí mismo:
Si yo no hubiera venido, no les hubiera hablado, no tendrían
pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado (Juan 15:22).
En otras palabras, “Mi aparición y Mi hablar han removido de ustedes todo
fingimiento y pretextos. La verdad ha venido en Mí mismo, y ahora ustedes son
responsables. Antes de que Yo llegara, ustedes tenían la excusa para su
superficialidad y para sus prácticas religiosas, las cuales creían ustedes que era la
realidad, pero ahora que Yo he venido, ahora que Yo he hablado, ya no tienen
excusa. El estándar divino ha caído sobre ustedes. La realidad de Dios, la
revelación de Sus propósitos ha sido presentada, y ahora ustedes son responsables
de eso. No pueden continuar como lo había estado haciendo antes. Si escogen
rechazar lo que ha venido, estén seguros de que no podrán continuar como lo han
hecho. Ustedes o caerán hacia un lugar más bajo del que estaban, o irán adelante
hacia algo cualitativamente nuevo.”
El hombre verdaderamente profético no solamente abarca el pasado y el futuro;
él mismo es ambas cosas. Él está viviendo en el futuro eterno cuando al mismo
tiempo está en armonía con el pasado bíblico. Hay algo acerca de toda su forma
de ser que muestra cómo se conduce a sí mismo. Él no se encuentra en éste
mundo. No queremos decir con eso que él es alguna especie de criatura volátil sin
significado. El ya escucha una resonancia de las cosas que van a suceder. Su
anticipación, apercibimiento y apropiación de esa realidad es muy genuino para
él, tanto así que cuando no puede hablar de ello como un tema en concreto, ya
está expresándolo a sabiendas. Trae una percepción de la continuación
inquebrantable de la fe. Él está en el Hijo, el Eterno e Inmutable. Viene a un
pueblo que está confinado en el tiempo y la cultura, que es producto esclavizado
de la era en que vive. Él muestra la declaración atemporal e irrevocable de Dios
en verdad y realidad más que cualquier otro, más allá de las categorías
convencionales del tiempo. Puede ver la eternidad hacia la cual todo está
tendiendo, y brinda invenciblemente el significado de ello al momento presente
para aquellos que lo están escuchando.
El percibir ‘la mente del Señor’ y el ser capaz de articular eso, es inherente al
llamamiento profético. Siempre habrá una tensión como resultado de la oposición
entre la mente del mundo y la mente de Dios, entre nuestros propios pensamientos
y Sus pensamientos. Los profetas, por tanto, siempre están colocándose en un
lugar de oposición y resistencia. Porque los pensamientos de Dios no solo son
puros, sino que también son contrarios a los nuestros e invariablemente hacen un
requerimiento. Uno no puede escuchar a Dios sin que esa palabra le exija algo.
Nosotros llegamos a esa conclusión en nuestros estudios bíblicos semanales: “Si
no estamos escuchando una exigencia de parte de Dios cada vez que nos unimos a
examinar Su Palabra, entonces no estamos escuchando de Dios. Solamente
estamos usando Su Palabra como un texto de estudio.”
Cuando Dios habla, algo tiene que cederse. Si nosotros no queremos ceder ese
algo, entonces habrá una tensión de resistencia y rechazo a la palabra. Si la gente
no puede encontrar la oportunidad de oponerse a la palabra en virtud de rechazar
la palabra, ellos encontrarán su punto de oposición rechazando al hombre. Y
Dios siempre va a proporcionar algo a qué aferrarse como excusa para rechazar el
mensaje. Siempre habrá una oportunidad si los hombres desean encontrar la
manera de absolverse a sí mismos de las implicaciones y los requerimientos de la
palabra de Dios. Y al mismo tiempo, el hombre que la está trayendo, no
justificará el asunto de tal forma que diga, “Bueno, eso es lo que Dios usa.” Él
necesita dolerse por el hecho de que tenga cualquier defecto y buscar por todos
los medios la forma de rectificarlos, y de ser impecable y sin ofensa delante de
Dios y del hombre. Sin embargo, por más diligente que sea en eso, los hombres
aún encontrarán de qué ofenderse. Lo encontraron en Jesús, y lo encontrarán en
nosotros, pero “...y bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí (Lucas
7:23).”
La Voz del Profeta
Dios da una gran importancia a la voz de los profetas. No se trata solamente de
sus palabras, sino de su voz, que lleva la urgencia y la seriedad divina de Dios. Si
eso es cambiado, aunque se retenga la palabra técnica, hemos perdido el mensaje.
La resonancia de Dios está en su manera de hablar, y ésta conduce no solamente
el significado y el contenido, sino también la disposición del corazón mismo de
Dios y cómo es que Él se siente acerca de lo que está siendo dicho. El talante de
la declaración no tiene nada que ver con la selección del profeta. Habrá veces
cuando él es como un pedacito de terciopelo y no puede alterarlo. Él está
incómodo hablado de tal manera y desearía tener la libertad de darle a la palabra
la ornamentación que necesita. Él está, sin embargo, tan limitado por Dios en la
forma de hablar como en el contenido del mensaje. Otras veces el mismo hombre
está fuera de sí. No puede ser contenido. Está cayéndose del borde de la
plataforma en la intensidad del momento. En ambos casos, no es el hombre el
que hace la determinación, sino Dios.
Cuando el profeta, a quién Dios ha enviado desde temprano y sin cesar (Jeremías
7:25), no es atendido y la palabra es rechazada, entonces lo que viene por último
y a continuación es juicio. Por tanto, no hay duda de que hay una urgencia en el
hablar y en sus palabras que está calculada más para impactar que para edificar.
De tal suerte, el profeta es visto muy a menudo como hórrido, destajando e
impactando. La acusación más común es que ‘no tiene amor,’ algo que debe
soportar. Esa es la forma en la que suena y se ve, pero cuántos de nosotros
podemos ver que la palabra áspera es amor supremo. Para un profeta, no haber
declarado el mensaje hubiera sido no haber amado—si eso es lo que la urgencia
del momento requirió. No es una justificación estar en tal modalidad
continuamente, sino en el momento que Dios lo pide, y debe obedecerse.
El estado de ánimo del profeta las más de las veces está en violenta oposición con
el estado de ánimo que ha sido previamente establecido en la congregación,
especialmente por el ‘grupo de alabanza.’ Hemos tenido más conflictos con
grupos de alabanza y líderes de alabanza de lo que pudiéramos contar.
Comúnmente parecieran tener un propósito independiente para sí mismos, y
establecen cierta atmósfera, por contraria a Dios que sea. En lugar de trabajar en
conjunto con la palabra que ha de ser declarada, o de percibir el ánimo y el
corazón de Dios, ellos ya numeraron sus coros, y tienen planeado lo que van a
cantar y a hacer. Tienen a su músico virtuoso, el talento, los amplificadores y van
a ‘hacer sus cosas.’ El filo de muchos mensajes ha sido embotado y el poder de
ellos perdido a causa de tal tensión y oposición no declarada, donde el ministerio
musical es celebrado como el objeto en sí mismo. ¡Tal vez necesitemos
desconectar el enchufe de cada retroproyector y de cada amplificador! Será mejor
que nos estemos ahogando tratando de cantar y perdernos una palabra aquí y allá,
pero llegando hasta el espíritu de adoración de Dios, que ser guiados con coros y
más coros y más coros. Lo que parece es que ellos están realmente tratando de
hacer es crear una atmósfera para un servicio, más que tocar el corazón de Dios,
no digamos preparar para recibir una palabra a aquellos que se han congregado.
La mayor parte de las veces, un profeta enviará a la gente a sus casas acongojados
y con muchas preguntas sin responder. Él no tiene la mentalidad que lo desea
todo envuelto para regalo con un moño, todo en un servicio, y enviar a la gente
feliz a sus casas. Él los enviará pero adoloridos, e incluso agonizando. Proferirá
cuestiones que él mismo no ha contestado adecuadamente, y con las cuales los
demás tendrán que luchar y pelear para alcanzar un lugar más genuino en Dios.
Hay pocos pastores, tal vez uno en cien, que estarían dispuestos a permitir que su
congregación sufriera esa clase de tensión. “Mándalos a sus casas contentos” es
la premisa no escrita de la religión contemporánea a la cual los profetas no se
suscriben. Ellos no están para enviar a la gente feliz a sus casas. Ellos son del
tipo que los enviarán de regreso agitados con cuestiones que los oyentes son
compelidos a considerar y que no pueden ser preguntadas y contestadas en un
solo servicio.
Las sospechas del profeta son alertadas si hay alguna ejecución teatral o
sensacionalismo que invoca una modalidad emotiva o cualquier otra cosa que el
oído ama oír que pueda atraer a aquellos que están aburridos y desean una especie
de alternativa a su aburrimiento. Aquel que habla del juicio venidero no debe de
mejorarlo con nada más que la palabra misma. Él no tiene que brindarle calidad
adicional como para hacerlo más apremiante para el oyente. La palabra misma
habla por sí misma. Cualquiera que busque introducir un elemento extraño a
través de su propia personalidad o manera de hablar es más bien falso. Empero,
el profeta no tiene mucho espacio para conducirse a sí mismo. Si somos muy
individualistas y deseamos hacer alarde u ostentación o hacer nuestra cosa a
nuestra manera, entonces somos descalificados.
Aunque la vida del profeta es enteramente rendida a Dios, no hay una rendición
de la identidad. De hecho, su identidad es establecida. Él pierde su vida pero la
ha encontrado. Los profetas son distintivos, hombres de carne y sangre con
personalidades. No son robots que llevan la palabra de Dios como un artefacto
mecánico. Ellos son formados en el vientre, y esa formación es de Dios.
Proclamando la Palabra que es ‘Otorgada’
El espíritu del profeta está sujeto al profeta. Si no es el momento de Dios,
entonces necesitamos refrenarlo. Algo sucede internamente en el profeta cuando
contiene y retrae su propio espíritu y no escupe simplemente las palabras. Una
profusión es siempre un gran alivio, pero aguantar hasta el momento señalado está
más allá del asunto de lo que nos alivia a nosotros. Se trata del asunto de qué
glorifica a Dios. Todavía hay un ‘yo’ involucrado cuando soltamos abruptamente
algo. Necesitamos llegar a un lugar donde no existe interés o satisfacción en
nosotros mismos. Da lo mismo que hablemos o que no hablemos, ser vistos o no
ser vistos, ser usados o no ser usados, ser puestos a un lado o ser empleados. Solo
entonces podemos ser usados.
El propósito de Dios no es el alivio de nuestra tensión, sino la revelación de Su
gloria. Tenemos una mentalidad orientada hacia el alivio y no hacia la gloria, y
en tanto que permanezcamos en esa condición nunca seremos utilizados para
ministrar la Vida de Dios. Tenemos una pregunta y de la misma manera
esperamos una respuesta. La pregunta bien pueda ser buena e interesante, ¡así
que por qué no hacerla y esperar una respuesta! Tenemos una necesidad y la
queremos suplida. Eso no es ser gobernados por el Espíritu de Dios, sino por el
interés propio. El hecho de que se trate de un interés espiritual no lo exenta de ser
interés propio. El profeta no opera por su propia curiosidad. No se justifica la
expresión de algo solo porque sea válido o bueno. El asunto aquí se trata de lo
que Dios concede en ese preciso momento.
El profeta no está en la libertad de declarar todo lo que ve. Él puede decir
solamente lo que Dios quiere que vea. Él no procede por lo que ve, o por lo que
escucha, su propia subjetividad o sus propias impresiones. Él es del Señor, y tal
vez esa sea la razón por la cual Dios es más celoso en cuanto al hombre profético
que a ningún otro. El profeta es uno que es el vocero de la misma palabra de
Dios. No es la palabra del profeta. El profeta está muerto. Él ni tiene vida hasta
que Dios la da, y Dios la otorga para Su propósito y gloria solamente. Aún
cuando puedas ver a aquellos a quienes es dirigida la palabra irse abajo como
moscas y cayendo sobre sus rostros por el impacto y poder de esa palabra, muchas
veces él no experimenta absolutamente nada en ese instante. Él sigue inmutable y
no es afectado por aquello que ha derribado a otros sobre sus rostros.
Simplemente, él está fuera de ello porque no es su palabra. No puede exaltarse en
ella. No es su obra. Es la más extraña de las sensaciones el estar de alguna
manera separado del poder y el efecto de las palabras propias, y recibir la
prohibición de tocarlo o de obtener alguna satisfacción personal
Habrá veces cuando un profeta entrará a una congregación que parece ‘tener todos
los cabos atados’ y que esté adorando estruendosamente—y todo tiene la
apariencia de estar bien—empero él está afligido. Él está casi doblado y hecho
nudos en el hombre interior. Tiene angustia en su alma, mientras todos los demás
la están pasando bien. ¿Cuántos han estado en funciones donde ellos son el único
‘raro’? Todos los demás parecen estar siendo ‘movidos por Dios,’ y hay toda
clase de charlas acerca de ‘la presencia de Dios,’ pero no percibes presencia
alguna. No estás consciente de ninguna unción. No ves ninguna bendición.
Todo lo que miras es un mar de carnalidad y gente engañada por sí misma,
haciendo mucho ruido, y tu presencia en ese lugar es una contradicción a todo lo
que está sucediendo. Para colmo, tú no estás ahí como un observador; ¡tú eres el
que va a hablar! ¿Y qué será lo que vas a hablar? ¿Hablarás confirmando aquello
que la gente cree y celebra como la realidad espiritual, o tomarás el silbato que
está en tu bolsillo y lo soplarás gritando, “¡Falsedad! ¡Fingimiento! ¡Inducido
por ustedes mismos! ¡Emotivo! ¡Sensual!”?
Hay situaciones en las que no se está seguro de qué decir o hacer. Es una clase
remarcable de sufrimiento estar en tal dilema, y aún después de que el momento
ha pasado, somos asaltados por el pensamiento de que tal vez nos hemos perdido
el instante cuando debimos haber hecho algo y no lo hicimos. Es un sufrimiento,
pero ese sufrimiento se encuentra en el corazón de la iglesia. Este tipo de
sufrimiento es inevitable, frecuente y debe de ser soportado. Muchos de nosotros
hemos agonizado al ver la condición de la iglesia, y el Señor lo sabe, y hay algo
inevitable acerca de ello, una cierta tensión de no saber. Siempre nos
preguntaremos si obramos correctamente. Necesitamos cargar con ese
sufrimiento, y el Señor honra eso. Cuando la respuesta redentora llega, vendrá
desde aquella disposición a sobrellevar ese sufrimiento como algo intrínseco a lo
que es profético.
La Seriedad de la Proclamación de la Palabra
Hay mucha importancia en la responsabilidad del pueblo de Dios en identificar
correctamente a aquellos a quienes Dios les ha enviado, es necesario hacer una
elección. Al tomar esa decisión, algo es golpeado en la vida del creyente que le
afectará profundamente por el resto de sus días. Tan solo la presencia del
hombre, no digamos el contenido radical de sus palabras, hace un requerimiento
grande al oidor. ¿Qué harás con este hombre y con su palabra? Algo ha llegado a
suceder en un momento de tiempo que exige algo de ti, y si no lo reconoces y lo
cedes, entonces no seguirás adelante simplemente, sino que caerás de espaldas.
Algo incisivo e inesperado ha venido y tu respuesta a ello afectará toda la
continuación de tu futuro en Dios.
A la luz de eso, el profeta tiene una enorme responsabilidad, la de ser de tal
manera auténtico que pueda constreñir y apremiar al pueblo de Dios con una
formalidad que nunca antes había sido de ellos. ¿Qué tanto más necesitaremos
considerar seriamente nuestra propia caminata, y por esa razón, cómo es que nos
atrevemos a abandonarnos a estilos de vida carnales y casuales? La seriedad de
Dios está llegando a sus congregaciones, la cual exige como nada antes lo había
hecho. Súbitamente, ellos tienen a un orador invitado, y en el momento en que
abre su boca, algo es golpeado y es hecho un requerimiento que jamás había sido
siquiera sugerido, lo cual estará lleno de portento para todo su futuro.
La función del profeta es absolutamente un asunto de vida o muerte, más de lo
que puede serlo en otros llamamientos. Si hay una palabra falsa, podría ser
muerte. Si no hay una advertencia, podría ser muerte—literal, física. Si no
enfatiza los asuntos que son eternos, podría estarle robando al oidor. No es una
exageración decir que el rechazo de los profetas provocó la muerte de Israel.
¡Qué más se puede decir al respecto de algo que es de vida o muerte, y aún así
Dios lo coloca en carne y sangre, en hombres, sujetos a toda la fragilidad y la
debilidad de su propia humanidad! Se trata de una enorme responsabilidad que él
pueda decir: “Así ha dicho el Señor”, o incluso si no utiliza esas palabras, siguen
implícitas, y el peso de ello ha de ser llevado en la debilidad y flaqueza de su
humanidad.
Cuando Dios llama a Ezequiel “Hijo de Hombre,” no está articulando unas pocas
palabras. Es como si el profeta necesitara estarse acordando de su humanidad.
Dios elige una frágil pieza de humanidad para una tarea de tan grandes
proporciones porque es una declaración contra el misterio de los principados y
potestades del aire. El profeta mismo, en su propia persona, en la elección de
Dios, es por sí mismo una declaración contra la sabiduría de los poderes de las
tinieblas. Bien podría pensarse que Dios reservaría la tarea de hablar esas
palabras para Sí mismo. Él solamente está calificado y tiene la autoridad; pero el
colocarlo en carne, en el misterio de la encarnación, es dar un picotazo de lleno en
el corazón de la sabiduría de los poderes del aire. Ellos jamás hubieran hecho una
cosa como esa, sino que habrían escogido algo apropiado para la tarea, por
ejemplo, algo dignificado, monumental y que tuviera todas las credenciales
habidas y por haber. Por tanto, los profetas de Dios son extremadamente
conscientes de su humanidad, no solo al principio de su llamamiento, sino en toda
la duración de su empleo como tales.
La Anatomía de los Profetas Falsos
Hemos de ser celosos por la verdad del llamamiento profético. Si la iglesia está
edificada sobre el fundamento de apóstoles y profetas entonces nunca podremos
ser lo suficientemente cautelosos al considerar este tema. ¿Nuestros profetas de
hoy en día hablan desde sus propios corazones y espíritus? ¿Vienen a hablarnos
después de haber estado en el lugar secreto con Dios? ¿Con qué formación
proporcionada por la relación con los miembros del Cuerpo de Cristo vienen
estos profetas? ¿Han sido nutridos apropiadamente, no sólo por el don, sino por
el carácter de hombres proféticos, antes de que ministren a la iglesia? ¿Por cuánto
tiempo y qué tan bien han sido parte de una iglesia o comunidad local? ¿Han sido
ellos enviados por dicha comunidad en un envío que es más que un asunto
ceremonial? Es más, ¿sabemos lo que es un envío verdadero?
Los profetas falsos se validan entre sí, donde uno aplaude, afirma y establece al
otro, pero no es una comunidad lo que los ha avalado. Ellos no han sido
levantados por el trabajo orgánico de Dios, como en la iglesia de Antioquía. En
lugar de eso, ellos rinden tributo y cumplidos a sus colegas, especialmente a
aquellos que están fluyendo en lo mismo. ¿Cuál es la fuente de su hablar
profético? ¿De dónde obtiene el profeta su palabra? Si no es del concilio de
Dios, el lugar secreto, ¿cómo puede ser la palabra de Dios? Si los hombres
afirman tener una comisión, tenemos el derecho de pedir evidencia que lo
confirme.
En Jeremías capítulo 23, Dios nos brinda una poderosa declaración acerca de los
profetas verdaderos y los falsos. Es una cosa el tener una acusación contra Israel,
pero cuando se comienza a acusar a los profetas de Israel, lo mejor y lo más
noble, entonces debe de tratarse de un símbolo de la baja condición de la nación
antes de su juicio.
“Porque tanto el profeta como el sacerdote son impíos; aun en mi
casa hallé su maldad,” dice Jehová (v.11).
Es notable cómo este asunto de servirse recíprocamente se manifiesta en los
líderes de movimientos, comunidades o iglesias locales y los profetas falsos, y
cómo están a gusto uno con el otro y cómo se afirman entre sí. La gente tiene una
aprobación no declarada para con sus ministros: “Ustedes nos presentan un
mensaje bíblico. Nosotros pagamos las cuentas y tendremos un servicio el
domingo que mantendrá nuestras vidas libres de cualquier clase de demanda que
verdaderamente toque nuestros más importantes intereses y tesoros. No
deseamos un mensaje que vaya a confrontar aquello en lo que nuestro corazón
realmente está.” Como es el sacerdote, así es el pueblo. Como es el pastor o el
predicador, así es la congregación. En esa clase de situaciones debemos ser
proféticos—¡y muy probablemente apedreados!
“Por tanto, su camino será como resbaladeros en oscuridad; serán
empujados, y caerán en él; porque yo traeré mal sobre ellos en el
año de su castigo,” dice Jehová (v.12).
Eso implica que no hay un juicio inmediato, sino un tiempo señalado en el cual
Dios juzga a aquellos que profanan su casa—incluso a aquellos que originalmente
tuvieron llamamientos auténticos y santos. Bien pudiera ser esa la razón por la
cual el Señor sigue permitiendo que continúe aquello que es llamado profético y
que es tan popular, pero para ellos, así como para los sacerdotes y profetas de
antaño, habrá un año de visitación o un tiempo cuando Dios les ponga un alto.
En los profetas de Samaria he visto desatinos; profetizaban en
nombre de Baal, e hicieron errar a mi pueblo de Israel (v.13).
Hay una consecuencia para el ministerio profético falso. Afectará a la nación
entera y por lo tanto a la iglesia entera si se sigue el mismo principio.
Y en los profetas de Jerusalén he visto torpezas; cometían
adulterios, y andaban en mentiras, y fortalecían las manos de los
malos, para que ninguno se convirtiese de su maldad; me fueron
todos ellos como Sodoma, y sus moradores como Gomorra (v. 14).
Su perspectiva de la verdad y de Dios está corrompida por su forma de vida
sensual e impía. Caminar en mentiras y cometer adulterio van de la mano. Si vas
a cometer adulterio, entonces hay una forma en la cual debes de justificarte
internamente, y eso es solamente posible a expensas de la verdad de Dios.
También en el hecho de que fortalece las manos de los hacedores de maldad. No
hay nada en su proclamación que cause arrepentimiento, sino una condonación
para aquellos que están en un lugar de oposición contra Dios. Se trata de algo
como con los jueces hoy en día que no pueden enunciar una sentencia contra los
transgresores. No pueden traer la severidad de la ley contra el delincuente,
porque su propia vida es en sí una trasgresión.
Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos contra aquellos
profetas: He aquí que yo les hago comer ajenjos, y les haré beber
agua de hiel; porque de los profetas de Jerusalén salió la hipocresía
sobre toda la tierra. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: No
escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan…(vs. 15-
16a).
¡Nótese que Dios todavía los llama profetas! La razón es que los dones y
llamamientos de Dios son irrevocables. Ellos todavía retienen su título oficial,
pero lo que están llevando a cabo bajo ese título es una abominación a los ojos de
Dios. No hay algo más profano que lo sagrado que no es auténticamente sagrado.
Cuando tomamos la frase “Así dice el Señor” y la empleamos meramente como
un artificio para ganarse la atención de nuestra audiencia, estamos profanando lo
sagrado. Si lo hacemos así, ¿qué podemos esperar? Si no somos semejantes a un
pueblo de sacerdotes que enseña la diferencia entre lo santo y lo profano, ¿qué
esperanza tiene el mundo?
Os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio
corazón, no de la boca de Jehová. Dicen atrevidamente a los que
me irritan: Jehová dijo: Paz tendréis; y a cualquiera que anda tras
la obstinación de su corazón, dicen: No vendrá mal sobre vosotros
(vs. 16b-17).
Ésta debe de ser la quintaesencia de lo que es un profeta falso, poniéndole
nombre, el dar una falsa seguridad de paz que no tiene en cuenta la verdad de las
condiciones que deben de enfrentarse. Es una indisposición a traer una palabra
dura. Las cosas que se profetizan son normalmente aduladoras y suaves para la
carne, en lugar de ser amenazantes o llamar a una confrontación o reto.
Históricamente, los profetas falsos han hablado de paz cuando no hay paz. ‘No
nos sobrevendrá calamidad alguna’ es desgraciadamente la clase de declaración
profética que se hace todos los días, especialmente en Israel. Estos hombres están
dando un consuelo engañoso a aquellos que no están correctamente alineados con
Dios. Humanamente hablando, no veríamos a estas personas como quienes
desprecian a Dios. Dios los ve, sin embargo, como quienes le desprecian a Él, y
nosotros necesitamos ver las cosas como Dios las ve. Los profetas falsos traen
consigo una palabra de aliento y ánimo para aquellos que están presentemente
fuera de una relación correcta con Dios y les dan la garantía de que su relación
con Dios está en orden.
Porque ¿quién estuvo en el secreto de Jehová, y vio, y oyó su
palabra? ¿Quién estuvo atento a su palabra y la oyó? (v. 18).
Aquí está el verso clave. Cualquier cosa en Dios, en el último análisis, se trata de
un asunto de relación. Él nunca otorgará nada independientemente de la relación.
Cuando Dios llamó a Moisés al monte para recibir las tablas de la ley para que las
enseñara, Moisés tuvo primeramente que subir y estar allí. ¿Cómo es que los que
no hemos estado en el concilio de Dios y escuchado Su palabra nos atrevemos a
decir, “Así dice el Señor”? Creo que es imposible par un ministro dado a buscar
su propio beneficio y a ganarse a su audiencia por encima de todo lo demás,
pueda siquiera estar en ese lugar. Para poder estar en el concilio de Dios, se
requiere de humildad verdadera, de quebrantamiento verdadero, de dependencia
ulterior hacia el Señor, de capacidad genuina para esperar y de separación del
interés propio, fama, fortuna y reconocimiento. Hombres abandonados a esas
cosas no pueden estar en el concilio del Señor, ¡y aún así son los primeros saltar y
decir, “Así dice el Señor!”
La característica predominante de los ministros hoy en día es su inclinación a
separar el ministerio de la relación. Hemos hecho del ministerio una cosa en sí
misma. Hablamos de adorar al Señor, pero de alguna forma hacemos solo una
actuación. La relación no es la clave solamente para el otorgamiento de dones o
para recibir las tablas de la ley, sino también para obtener la habilidad de enseñar
esa ley correctamente. Una vez que se secciona la relación del ministerio, se está
maniobrando sobre terreno sumamente peligroso. El ministerio fluye de la vida y
la vida fluye de la relación, y si rompemos esa conexión e independizamos el
ministerio de ella, entonces tendremos un ministerio que Dios no reconoce, honra
o emplea.
Porque ¿quién estuvo en el secreto (concilio) de Jehová…?
Esta frase implica una cercanía a Dios. ¿Cómo es que, entonces, estos profetas
quienes hablaban tan pródigamente a la nación con gran influencia guiándola al
mal, no estaban en ese lugar? ¿Por qué no obtuvieron la palabra de Dios en su
secreto (concilio) y en Su presencia? ¡El que haya un pequeño momento de
titubeo para contestar esta pregunta dice muchísimo acerca de nosotros! Ellos
eran adúlteros y caminaban en mentiras, y por tanto, ¿cómo podrían estar en el
concilio de Dios? Éste Dios es santo y no es posible acercarse a esa presencia en
esa condición. Ni siquiera hay deseos de acercarse a ese lugar en esa condición.
Esa es la razón por la que obtenemos nuestras palabras de otros o inclusive de
dentro de nuestras propias cabezas. Pararse delante de Dios requiere de
santificación. Requiere algo de nuestra propia condición que permita esa clase de
relación íntima.
Es estando en el consejo de Dios y estando en la presencia de Dios que la palabra
puede venir, pero el hacer de la palabra y su obtención la razón y la condición
para entrar en esa presencia, ya hemos salido de la tierra santa. Se trata de un
acercamiento en un espíritu utilitario y no en el espíritu de devoción a Dios por lo
que Él es. ¡A Moisés se le dijo que subiera al monte y que permaneciera ahí, no
por el beneficio de lo que obtendría por el hecho de subir, aún tratándose de
beneficio ministerial, sino simplemente por que Dios es Dios! Él es el Creador y
nosotros su creación. Se requiere que estemos ahí, y si no hay palabra, entonces
no hay palabra. Si acudimos buscando una palabra en ese sentir utilitario que
tenemos, entonces ya no es tierra santa. Se trata del espíritu del mundo y su
premisa no escrita de que uno debe de hacer esto para obtener aquello.
Sencillamente no conocemos qué significa ‘hacer’ o ‘estar’ por amor a Él
solamente. Si nunca hemos llegado primeramente al lugar donde Dios está,
¿cómo podremos salirles con eso a los demás hombres? Por tanto, existe un
desvarío en todo lo que hacemos y decimos que no tiene origen en la presencia de
Dios, a donde no puede entrarse en el espíritu utilitario.
La búsqueda de Dios es algo extraordinariamente difícil de llevar a cabo y pocos
son los que tienen la iniciativa. Se trata de un sufrimiento, y de hecho, si hemos
de ser rudamente honestos, es la muerte. Vivir en la tierra, en la carne, en el
tiempo y en el mundo, y tener compañerismo y comunión con Dios es un logro
inigualable. Si puedes alcanzarlo, entonces mantenlo, pues no querrás tener que
volver a comenzar desde cero. Estamos hablando de algo crítico. ¿Qué diremos
entonces de ese gran número de profetas que se han levantado en un período tan
corto en años recientes? ¿Están hablando lo que escucharon en el Secreto de
Dios? El juicio de parte de Dios para los que fracasan en obtener Su palabra en el
lugar indicado es severo:
He aquí que la tempestad de Jehová saldrá con furor; y la
tempestad que está preparada caerá sobre la cabeza de los malos
(v. 19).
La palabra ‘malos’ (más correctamente ‘perversos’) se usa casi exclusivamente
para referirse a aquellos quienes deberían de conocer mejor. Se trata de quienes
profesan conocer a Dios y que debieran conocer a Dios y aún así,
intencionalmente, actúan incorrectamente. Eso es maldad.
No se apartará el furor de Jehová hasta que lo haya hecho, y hasta
que haya cumplido los pensamientos de su corazón; en los
postreros días lo entenderéis cumplidamente (v. 20).
Nótese que el juicio es demorado. No es inmediato, pero sobrevendrá luego a
causa de aquello que constituye una ofensa para Dios ahora, poniéndole nombre,
las concesiones de Sus profetas y la manera en la que ello ha afectado a la nación.
No envié yo aquellos profetas, pero ellos corrían; yo no les hablé,
mas ellos profetizaban. Pero si ellos hubieran estado en mi
secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo, y lo habrían
hecho volver de su mal camino, y de la maldad de sus obras (vs.
21-22).
Es posible saber cuándo la palabra viene del secreto de Dios por sus efectos
salutíferos. Afectará a la nación o la comunidad para que se vuelva a Dios, en
lugar de hacer que se alejen de Él, y hará que dejen sus malos caminos y obras.
Hablando en términos generales, cuando los hombres invocan la frase, “Así ha
dicho el Señor,” es casi un testimonio del hecho de que el Señor no ha dicho
nada. Si Él ha dicho, entonces no tenemos que ornamentar la declaración para
hacerla legítima. La declaración misma vibrará con la verdad de Dios y el sentir
de Dios. ¿Es una declaración avivada por Dios de un tipo original que
necesitamos escuchar en el lugar de crisis en el que estamos, o es alguna clase de
ornamentación para darle una aprobación carismática a nuestras reuniones? ¡Si es
lo segundo, tendrá el efecto de abaratar la integridad de aquello que es profético y
lo convertirá en una cosa trivial y grosera que cualquiera puede y ofrece a
voluntad!
Cuando los profetas de Israel dijeron, “Así dice el Señor,” entonces sabemos que
lo que sigue a continuación será un juicio terrible, donde Dios confirma las
palabras usadas para comunicarlo, porque son palabras de un juicio ulterior. Por
lo tanto, debe de quedar claro desde el principio del mensaje que el profeta no está
hablando de sí mismo. Hemos heredado la profecía escrita, como aquella que
afectó la historia de Israel. Pero tratándose de profecía hablada contemporánea,
necesitamos discernir si es en efecto el Señor quien está hablando, y la marca de
agua para verificar su autenticidad no es que nos la presenten etiquetada, sino su
unción y autoridad.
El llamamiento al profeta es el llamamiento a la Cruz. Es una forma frecuente, si
no es que continua, del más tremendo y exquisito sufrimiento. ¿Es posible decir,
“Así dice el Señor” sin articular esas palabras o sin hacer que estén implícitas en
nuestra declaración, a menos que nuestras palabras vengan a través de la Cruz?
Es a través de una muerte. No es nuestra propia palabra, sino la Suya, la cual
solamente puede provenir de un lugar en el que la Cruz sea el epicentro. Eso era
verdad para los profetas antes del advenimiento de la Cruz. Elías precedió la
Cruz históricamente, pero conocía la muerte inherente a ella cuando dijo, “…no
habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra.” Jesús conoció la Cruz
antes de pender de ella. La Cruz solamente ejemplificó e hizo visible aquello a lo
cual Su vida estuvo siempre sumisa.
¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no vea?
¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra? Yo he oído lo que
aquellos profetas dijeron, profetizando mentira en mi nombre,
diciendo: Soñé, soñé (vs. 24-25).
El corazón de la ofensa que constituye ser falso delante de Dios es que todo ello
toma lugar como si Él no estuviera viendo, ni entendiera, ni se enterara de lo que
se está haciendo. Es una presunción enorme, la cual Dios nota. De hecho, se trata
de una completa ausencia del temor de Dios o de la reverencia a Dios como Dios.
¡Aquellos que lo hacen realmente creen que están escuchando de Dios y que lo
que están comunicando es el secreto de Dios! Han llegado a tal engaño, que están
persuadidos de ello y de que cuando dicen, “Así ha dicho el Señor,” es por cierto
Dios quien habla. Podemos llegar a esa condición a través de una erosión
gradual, un poquito cada vez, tal sutilmente que no se posible notarlo, de tal
forma que cuando el proceso concluye, no solamente se es falso, sino que se
piensa que se es genuino. Se requiere de vigilancia continua sobre los asuntos del
corazón para que el engaño no culmine su obra, en donde el hombre engañado
piensa que está en lo correcto mientras guía a muchos a la perdición. Esta es la
razón por la cual Dios nos insta a exhortarnos los unos a los otros diariamente
mientras todavía hay tiempo, porque mañana será demasiado tarde.
…hacen que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus sueños que
cada uno cuenta a su compañero… (v. 27a).
En otras palabras, se comunica un sentir de Dios que no es de Dios, y hace que
aquellos que lo escuchan piensen que es Dios porque viene etiquetado con el
nombre de Jesús. Las cosas proféticas falsas y las cosas que son engañosas
afectarán la manera en la que la gente percibe y entiende a Dios, especialmente
cuando éstas los confirman en su superficialidad. Dios no puede sino sufrir
pérdida. Profetizan “en el nombre del Señor,” pero ya que es falso, el efecto es
que la gente “olvide Su nombre,” les hace perder el sentir de Dios como Dios, de
lo que Él es majestuosamente en Él mismo.
Podemos saber si la palabra es de Dios cuando ésta es como la que se expresa en
el verso 29:
¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que
quebranta la piedra?
En otras palabras, “Mi palabra irrumpe hasta lo profundo; derrumba y consume.”
Si quieres distinguir entre la palabra profética que viene de Dios y entre la palabra
profética de los hombres, salida de su propia mente e imaginación, y que es falsa,
aquí está la diferencia: La palabra de Dios es como fuego. Su palabra consume y
es como un martillo que hace pedazos la roca. Es devastadora y tiene un efecto
que contiene el poder para romper y quemar hasta lo profundo. Nunca será la
jalea inocua que nos confirma en el lugar donde estamos, especialmente cuando
nuestra vida es sucia y débil. Su palabra ha de abrasar el corazón, revelando su
verdadera condición, y no la que nosotros pensamos que tiene.
Toda palabra genuina hace una demanda, y si no respondemos, significa que no
hemos escuchado realmente. “Si oyereis hoy Su voz, no endurezcáis vuestros
corazones (He. 4:7b).” Si hemos escuchado, debe de haber una respuesta de
nuestra parte. No responder es endurecerse. No existe tal cosa como neutralidad.
Cuando la palabra de Dios es la palabra de Dios tendrá consecuencias para bien o
para mal. Jamás debemos ignorarla o permitirla pasar y asentir con la cabeza
diciendo, “Sí, eso fue una palabra buena e interesante. Hasta me gustó.”
Demandará y obtendrá algo de nosotros o nos endurecerá, y esa es la razón por la
cual encontramos tanta gente endurecida, y es entonces cuando Dios llegará al
extremo de usar un clamor profético, el cual tiene que ser como un martillo
golpeando contra la roca, rompiendo hasta que haya arrepentimiento y liberación.
Por tanto, he aquí que yo estoy contra los profetas, dice Jehová,
que hurtan mis palabras cada uno de su más cercano. Dice Jehová:
He aquí que yo estoy contra los profetas que endulzan sus lenguas
y dicen: Él ha dicho. He aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que
profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi
pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les
mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo, dice Jehová (vs.
30-32).
Existe cierta atmósfera casual que prevalece en las conferencias y sesiones donde
hombres que no han sido enviados por Dios, han tenido la oportunidad de hablar
como si hubieran sido enviados de Dios. Lo triste es que grandes cantidades de
cristianos en el mundo jamás han escuchado una palabra profética genuina
hablada en la autoridad de Dios, y todo lo que han escuchado lo suponen como la
norma. No tienen plataforma para hacer una comparación. Sin embargo,
escuchar tan solo una vez esa palabra, es ser arruinado para siempre por cualquier
cosa que sea menos que ella. Por tanto, hay una gran necesidad de que esa
palabra y esa autoridad lleguen a la tierra, de tal forma que la iglesia pueda ser
“arruinada” y que sus miembros sean candidatos para la verdad. Se trata de la
palabra que se ha convertido en un “evento.”
Los profetas falsos roban las palabras de Dios los unos de los otros, y a menudo
hablan idénticamente. Si analizamos los últimos treinta y cinco años, ¿no ha
habido una sucesión de novedades, modas y panaceas a las que nos apegamos?
Hay una manera en la que uno puede hacer un análisis alzando el índice y
diciendo: “¿En qué dirección está soplando el viento? ¿Qué es lo corriente?
¿Qué es popular en éste momento? Sé que si hablo acerca de la fe, a la gente le
va a encantar; o de oración o de alabanza o del crecimiento de la iglesia, o de
evangelismo.” Parece que tenemos la tendencia de pasar por períodos en donde
ciertos temas han alcanzado un lugar de popularidad, y uno simplemente se
adapta; entonces tomamos lo que otros están diciendo, y luego uno comienza a
decirlo. Es mucho más fácil escuchar la palabra de otros hombres y repetirla,
sabiendo que ésta ha sido aceptada y aprobada. Necesitamos escuchar
desesperadamente del corazón de Dios; y el único que puede comunicárnoslo es
aquel que está en estrecho contacto con Su corazón a través de comunión
consistente. Hay una puerta de muerte a la reputación, nombre y aceptación, y es
la misma que nos lleva al lugar del secreto de Dios; pero es solamente en ese
lugar que la palabra de Dios será otorgada—y en ningún otro lado.
Integridad y Formación Profética
Es un llamamiento de la clase más alta que nos pone de frente al galardón, no del
oficio como una abstracción, sino que éste descansa y es inherente al hombre
mismo. El hombre es el objeto en sí mismo. Él es el hombre profético. Su
mensaje no es alguna especie de añadido. No es un espíritu sin cuerpo que
simplemente nos comunica una palabra. Está atado a la palabra. Si le rechazas,
entonces estás rechazando la palabra que viene con él, es decir, rechazando la
Palabra hecha carne. Es necesario percibir la inseparable naturaleza del oficio y
el hombre, y esa es la razón por la cual los profetas no nacen en un día. Tampoco
vamos a poder producirlos en una escuela de tres meses ni en cualquier cosa
comparable con eso. Se trata de un proceso en donde Dios se confiere a Sí mismo
en la esencia de Su Persona.
El profeta no alcanza una identificación con la visión de Dios en un solo día.
Existe una historia de tratos, de descorazonamientos, desengaños, reveces,
abandonos y conflictos con los que él simplemente vive como siendo inherentes al
llamado—y lo soporta. Ha crecido en el mundo y en los valores del mundo como
hombre. Se le recluta y se le hace el llamado, y se le saca del mundo, de sus
valores y perspectivas, y se le lleva con cada vez más intensidad hacia el lugar de
la visión de Dios. Si la palabra del profeta ha de devastar a otros, entonces él
mismo debe experimentar devastación primero. Debe de salir primero de sus
premisas falsas y acudir con ahínco al lugar de la visión de Dios, y una vez en ese
lugar, desarrollar el coraje para soportar la reacción en su contra. ¡Puedes
preguntarte porqué alguien siquiera desearía ser uno! La primera evidencia de un
profeta falso es alguien que desea ser un profeta. No tiene nada que ver con lo
que tú deseas ser; tiene que ver con el Dios que llama. Sin embargo, es notable
cómo mucha gente se siente atraída a convertirse en un profeta porque su
definición y perspectiva de lo que un profeta es, es diferente de lo que hemos
venido describiendo. Desde su punto de vista, es algo mucho más honorable,
romántico y una fuente de gloria propia.
El Cuerpo de Cristo – El Lugar de Formación
No es de imaginarse que Dios va a enviar hombres al mundo y a las naciones sin
antes haberlos esmerilado y afilado en su propia comunidad. Necesitan traer la
palabra a la compañía de personas con las cuales se unen diariamente. Si la
comunidad o congregación no apoya a sus profetas, no habrá hombres que sean
enviados. Él debe de ser enviado desde un cuerpo que entiende estas cosas y que
reconoce la importancia y de su hablar y actuar. Necesita ser enviado por la
imposición de manos, que quiere decir, “No solamente nos identificamos contigo,
sino que te sustentaremos con nuestras propias intercesiones, porque vamos a
sufrir las consecuencias de lo que estás haciendo. Estamos en esto contigo.” Eso
es la ‘Antioquía’ por la cual hemos estado esperando, para que hombres puedan
ser enviados en un contexto de identificación.
Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquia, profetas y
maestros…Ministrando estos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu
Santo… (Hechos 13:1a y 2a).
En otras palabras, cuando hombres con esos dos llamamientos fueron hallados
‘juntos’, o sea, algo más que hallarlos sentados en la misma habitación, “dijo el
Espíritu Santo…” Cualquiera que sabe de esto conoce la dolorosa tensión entre el
maestro y el profeta. No es porque estén esperando actuar de manera contraria,
sino que ambos, actuando desde la integridad de su propio llamamiento,
necesariamente hay fricción y se despellejan mutuamente. El maestro lo quiere
de acuerdo con la Palabra—línea sobre línea, precepto tras precepto. Si no
hubiera, sin embargo, la presión que viene de las cosas visionarias para mover al
maestro detrás de la seguridad de la línea de las cosas de acuerdo a la Palabra, el
maestro mismo estaría limitado. Por tanto, hay acción recíproca, con ambos
hombres actuando a partir de la integridad de su llamamiento, e irritándose
necesariamente. Es ahí donde entra el amor, poniéndole nombre, soportar la
tensión de ello, y recibir su beneficio, y no huir de ello porque hay tensión
dolorosa e irritante.
El Espíritu de Dios dijo a la congregación de Antioquia, “Apartadme a Bernabé y
a Saulo para la obra a que los he llamado (Hechos 13:2b).” Fue en la comunidad
que fueron separados de sus propias ambiciones y defectos. El Cuerpo de Cristo,
el cuerpo profético, el cuerpo que sustenta, es de importancia crucial en la
formación, perfeccionamiento y envío de la voz profética a la tierra. Eso es a lo
que nos estamos refiriendo con comunidad profética. No todos tienen el
llamamiento, pero todos están enterados. Todos entienden la importancia de la
palabra profética. Situaciones institucionales jamás producirán un profeta. Pero
jamás habrá ‘Antioquías’, cuerpos que envíen, a menos que los deseemos y
estemos dispuestos a pagar el precio que requieren.
¿Tenemos la habilidad de reconocer a aquellos que dan evidencias del llamado?
No estamos para desalentarlos, sino para animarles. Al mismo tiempo hemos de
mostrarles la operatividad de la mixtura entre carne y Espíritu. Con un proceso
tal de amonestación y exhortación amantes, el Cuerpo puede ser de ayuda para
ellos. El profeta necesita ser separado incluso de la auto-conciencia de su propio
llamamiento, no digamos de la ambición subrepticia que le pide que sea visto,
aplaudido y reconocido. Necesita ser capaz de soportar el reproche y el rechazo
que invariablemente será la consecuencia de su fidelidad. De hecho, toda la vida
y la historia del profeta en Dios están calculadas para ese fin. Es agravio,
consternación y cada cosa calculada divinamente, porque así es como se forma la
persona profética. No existe una forma barata de incubarla. Debe de pasar a
través de la esencia de los asuntos de la vida para un día señalarlos con
penetración y autoridad en otros, compeliéndoles a decisiones por o contra Dios.
Mientras que sus obediencias más radicales por lo general serán realizadas
personalmente, el profeta es un hombre al mismo tiempo comunal y corpóreo, no
en un sentido idealista, sino como alguien que es constantemente corregido por
otros, pero deseándolo. El momento de obediencia bien puede venir como la
situación en que uno tenga que pararse delante de Acab, pero lo que hace que ese
momento sea tremendo y poderoso en su fuerza para confrontar, es lo que lo ha
precedido, o sea, el hombre que es sacado de una verdadera vida corporativa. La
vida corporativa no se da en una comunidad utópica y romántica. Se trata más
bien de una situación donde ese hombre está más sujeto a escrutinio y
examinación que cualquier otro que forme parte de dicha comunidad. Si la
comunidad no está rindiendo ese servicio, entonces no me es posible pensar en
otro peligro que sea más grande para el profeta. El profeta debe hacerse
accesible. Un profeta que prefiere la privacidad y que se le deja solo o que está
rodeado de un staff que confirma o congratula a todo mundo, muy probablemente
será falso o llegará a serlo. Hay una diferencia entre vivir en una comunidad
interactiva y entre estar rodeado y afirmado por un staff de empleados
asalariados.
Existe otra situación cuando se está viviendo en proximidad y relación y donde
otros tiene toda la libertad para criticar y hablar a tu vida. El profeta verdadero
sabe que a menos que esté recibiendo esa clase de escrutinio, entonces caerá en
engaño y eso sin saberlo. Solamente porque alguien tenga una unción de parte de
Dios, no significa que es invencible. La presencia de la unción no significa
necesariamente que la declaración de aprobación de Dios está sobre la vida del
individuo en su totalidad. Es posible ser ungido en el lugar de ministerio, pero los
defectos y contradicciones en la vida, personal y privadamente, necesitan tratarse.
Los profetas no deben de salir hasta que hayan sido trillados como grano. Y
deben de esperar el trillado y desearlo, ya que hay sutilezas en el alma de cada ser
humano—pequeñas insinuaciones de ambición, pequeñas presunciones de
orgullo, pequeñas nociones románticas de que pensamos del servicio profético—
con las que Dios ha de tratar a fondo. Esto es necesario de tal forma que cuando
el profeta hable, hable la palabra de Dios, no solo en su contenido, sino también
en el modo, tono, actitud y espíritu de Dios.
Mansedumbre – La Clave para la Revelación
La clave para recibir la visión apostólica o profética y la revelación de los
misterios de Dios se encuentra en Efesios 3:8,
A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me
fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de
las inescrutables riquezas de Cristo.
En otras palabras, toda visión genuina es dada a hombres como Pablo, quienes de
hecho se ven a sí mismos como ‘menos que el más pequeño de todos los santos.’
Pablo no está siendo modesto y amable, haciendo la clase de declaración que un
orador daría en una conferencia de una cámara de comercio. Él se ve a sí mismo
de esta forma. Él fue el apóstol al cual le fueron concedidas visiones de tal
magnitud, que Dios tuvo que colocar un aguijón en su costado, para que no fuera
a exaltarse sobremanera a causa de las revelaciones. No debemos de pasar por
alto la profunda humildad, la mansedumbre auténtica y la semejanza a Cristo del
hombre apostólico o el profético. Si el hombre es el objeto en sí mismo, entonces
es más que su conocimiento propio. Es su misma vida; es su carácter; es su
conocimiento de Dios; es lo que él comunica como uno que viene a nosotros
salido de la presencia de Dios. La declaración ‘menos que el más pequeño de
todos los santos’ era la patente conciencia de Pablo viéndose delante de Dios.
Es una gran ironía que entre más profundicemos en el conocimiento de Dios, nos
vemos a nosotros mismos como menos. En lugar de exaltarnos en nuestro
creciente conocimiento de Dios, no vamos sino hacia abajo al darnos cuenta de lo
viles y miserables que somos. Es una contradicción y una paradoja, y es una
paradoja que es hallada solamente en la fe. La humildad o mansedumbre genuina
no es algo que pueda aprenderse, emularse o conseguir en la escuela. Es el
cociente de Dios en la medida de nuestra relación con Él. Es la revelación de
Dios como Él es y las inenarrables profundidades de ello, lo que hace a un
hombre terriblemente conciente de sí mismo. La revelación de lo que somos está
relacionada en su totalidad con la revelación de lo que Él es. Ambas cosas tienen
necesariamente que ir juntas.
Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre
inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene
labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos
(Isaías 6:5).
Es el príncipe de los profetas, Isaías, el que habla aquí. El fundamento de la
iglesia es la revelación de Dios como Él de hecho es. Eso es el fundamento. No
es lo que pensemos que Él es, lo cual es casi siempre una proyección de la forma
en que quisiésemos que Él fuera, especialmente cuando hemos elegido celebrar
ciertos atributos de Dios e ignorar el resto. El conocimiento clave es el
conocimiento de Dios como Él es, y los hombres fundamentales para la iglesia
son aquellos que pueden comunicar a Dios en ese conocimiento. Pablo tenía éste
conocimiento porque se había visto a sí mismo como ‘menos que el más pequeño
de todos los santos’ y se vio a sí mismo como el menor porque había recibido este
conocimiento.
El Señor Jesús mismo era absoluto. Utilizó el lenguaje de una forma vehemente y
sin componendas; volcó las mesas de los cambistas. ¿Fue manso mientras era
violento y ofensivo? Este acto puso en movimiento la cadena de eventos que
culminaron en Su muerte. ¿Cómo puede reconciliarse este acto de violencia y la
mansedumbre de Dios? Cuando pensamos en mansedumbre, visualizamos un
cordero, quieto y transigente. Pero esto no es sino un acto agresivo, y aún así
decimos que al mismo tiempo era manso. La mansedumbre es un total abandono
a Dios, y aún cuando una acción o palabra den la impresión de lo contrario, el
siervo rendido estará dispuesto a ser vituperado por ser violento, por haberse
enojado, o por ser demasiado celoso. Si Dios desea que sea violento y nosotros lo
bloqueamos porque contradice nuestra personalidad, disposición o preferencia,
entonces estamos colocando algo por encima de Dios, poniéndole nombre, nuestra
propia autoconsideración.
Un profeta genuino no se refrenará. No puede ser comprado o convencido para
que se vuelva ‘uno del montón.’ Él se aparta de las distinciones y honores que los
hombres otorgan a los hombres. Debe de evitarlos necesariamente, o de lo
contrario comprometerá lo que él es en Dios. Es escrupuloso en carácter y nunca
usará su posición para obtener ventaja personal. Es solitario, normal y poco
atractivo en apariencia y conducta, despreciando todo lo que es sensacional,
popular o bizarro. No necesariamente tiene que vestir un manto de pelo de
camello. ¡Bien podría vestir un traje de tres piezas! No llamará la atención sobre
sí mismo por meras cosas externas. Él es el objeto en sí mismo, en la
profundidad, médula y tuétano de su ser por su comunión con Dios y su historia
en Dios. Los que son falsos siempre carecerán de mansedumbre, la cual es la
señal inequívoca del profeta auténtico y también la quintaesencia del carácter de
Dios.

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